El slow running es una tendencia en el running que prioriza correr a un ritmo lento y constante, destacándose como una práctica ideal para mejorar la resistencia, prevenir lesiones y disfrutar del proceso. Más que una moda, esta técnica se ha convertido en una filosofía que transforma el enfoque tradicional de los entrenamientos intensivos.
El slow running se basa en correr a una velocidad que permita mantener una conversación sin esfuerzo, reduciendo el estrés físico y favoreciendo el trabajo eficiente del cuerpo. Esta técnica fortalece el sistema cardiovascular, mejora la resistencia aeróbica y fomenta la quema de grasas, siendo adecuada tanto para principiantes como para corredores experimentados. Además, minimiza el impacto en articulaciones y músculos, disminuyendo el riesgo de lesiones como tendinitis o fracturas por estrés. También permite centrarse en perfeccionar aspectos técnicos como la postura y la zancada.
El impacto del slow running no se limita al plano físico; sus beneficios para la salud mental son igualmente destacados. Al ser una práctica menos exigente, fomenta la relajación y reduce el estrés, ofreciendo una experiencia más placentera. Muchos lo describen como una forma de meditación en movimiento que facilita la conexión con el entorno.
Para iniciarse en esta técnica, se recomienda alternar caminatas y trotes suaves, incrementando gradualmente la intensidad. Monitorear la frecuencia cardíaca, manteniéndola en una zona aeróbica entre el 60% y 70% de la frecuencia máxima, es esencial. Elegir rutas atractivas y prestar atención a las sensaciones del cuerpo asegura una experiencia positiva y sostenible.
El slow running está redefiniendo el running como una actividad accesible, sostenible y centrada en el bienestar. Su enfoque inclusivo y sus múltiples beneficios físicos y mentales lo posicionan como una práctica ideal para quienes desean incorporar el ejercicio en su vida diaria sin la presión de la alta intensidad.